Laleft

"Soy enemigo de mí y soy amigo de lo que he soñado que soy".

lunes, junio 20, 2005

 
Yo no quería la historia de Buenos Aires. Antes de 1995, cuando el mundo era mucho más pequeño y la globalización era apenas nacional, yo veía a Buenos Aires tan ajeno y tan ficticio como las pocas series y noticias que pasaban en la tele. Buenos Aires era una fantasía, como ahora lo es París, Barcelona o Bagdad.
Las primeras baldosas porteñas que pisé tenían el temperamento de la gran ciudad: su destartalada variedad de relieves y colores, su semblante de medio siglo. Como una vejez moderna. Sus pozos, sus grietas, sus parches, filtrando papeles y puteadas húmedas.
Por aquellos años me declaré opositor radical de la ciudad. No quería Buenos Aires. No quería ruido y sirenas las veinticuatro horas, ni el olor a grasa quemada de los subtes, ni los puentes de hierro que suturan Almagro, y bajo los cuales pasan trenes y vive gente; algo que, por entonces, me parecía fantástico.
Y Buenos Aires era todo así: nuevo y gigante y asombroso, y yo me sentía dentro de las series y las noticias de la tele, y era una sensación extraña. Pero quería pasar por la ciudad, maravillarme e irme para dejar todo como estaba, en ella y en mí. Razón por la que me expresé en contra del motor porteño: la máquina que no descansa, porque no hay cómo arrullar a tantos millones de personas.
Esperaba irme pronto. Descontaba los días que iban pasando para llegar al tiempo de volver, de retomar mi historia y ponerme al día con mis amigos, mi familia y mis objetos.
Pero Buenos Aires es un remanso, y si se entra en su lenta y fuerte corriente circular, que atrae y retiene todo, es muy difícil salirse. Yo podía ver el remanso desde afuera, admirarlo y repudiarlo, y hasta tomar un puñado de su esencia para volver a casa y guardarlo en la caja de madera, junto con los otros recuerdos. Y no faltaba poco para que eso suceda. Ya estaba casi listo. Hasta que sucedió Marión.
Ella era el centro del remanso, su brazo más fuerte. Ella era Buenos Aires todo. Era el interior de los edificios, el recorrido de los colectivos, los domicilios de las bibliotecas, los recitales en un Palermo que no conocía nocturna, los barrios perimetrales, las habitaciones con paredes escritas y ropa de los setenta. Marión era todo el Buenos Aires que me faltaba conocer. El que me atrapó. Y el que hace años me descubre buscándola.

viernes, junio 17, 2005

 
Lo encontré en una servilleta de papel.
En un extremo, la huella circular de su ron con coca. En el otro:

Si parece que todos
encontraran motivos
para ser otro de ellos
en los otros oídos,
y salirse a pasear
por fuera de los caminos.
Por las manos unidos,
por amor, por amar.

Ninguno apaga la lluvia,
ninguno sufre el calor;
hablan de huir del cemento,
para alumbrar con el sol.
Pares trenzados de sueños
robados de una canción.
Dobles intentos de amor,
por vivir, por curar.

Y a mí el silencio me aprieta,
me quiere callar,
valuando mis ojos
con costes de sal.
Si parece que aun falta que cese el amor,
que la mano se afloje, que desista de vos.


lunes, junio 13, 2005

 
La persona está parada frente a la mesa renga y tiene en su mano un martillo. La mesa sostiene una guitarra, un vaso donde dos hielos licuan el corolario, un lápiz, una birome, dos ceniceros ocupados, un sobre lleno de fotos, un tupido llavero con algunas llaves que no abren ninguna puerta, un florero vacío, tres camisas con perfume y olor a tabaco, un cuaderno de partituras más escrito en las últimas hojas, unos lentes sin uso, varios auriculares rotos, dos púas Fender –medium y heavy-, seis pares de palos para batería, un manual de electrónica, un telescopio oxidado, más de diez libros sin terminar, una agenda telefónica en desuso, varios regalos que está por hacer, un chicote de pesca mal armado, cuatro cassettes de noventa minutos sin rotular, una bufanda que antes era azul y ahora gris, un caracol, muchas hojas escritas, ocho tarjetas de felicitaciones, dos guantes de cuero quemados con cigarrillo, una campera militar, tres portarretratos vacíos, dos con foto, un poco de tierra y un reloj bastante ruidoso.
Una pata de la mesa está torcida, todo se inclina hacia su lado. La persona endereza la pata y ubica un clavo sobre la tabla. Alza el martillo y practica un golpe. Practica otro y después otro, y otro más. No falla el martillo, ni el clavo es muy débil, pero todo en la mesa se sacude y desordena de otras formas, y algunas cosas se desploman y otras se vuelcan y otras se rompen, y las menos afortunadas caen al piso. En unos instantes posiblemente la mesa quede derribada. No es culpa del clavo, tampoco el martillo. Quizá el desacierto o la inexperiencia.

miércoles, junio 08, 2005

 
No puedo encontrarla. Y tengo miedo. No quiero que Marión se vuelva una cronista de mis días. Me asusta pensar que todas mis certezas tengan su estatura.

Porque quiero ser el que instale la red en el fondo del abismo, el que convierta soledades en furiosas acuarelas. Quien le ayude a construir ladrillos. El que anote sus sueños en la madrugada.

Darle impulso, que se eleve, que se aleje y que ya no pueda alcanzarla ni con la vista, ni con las ganas.
Quiero encontrar el vértice del cielo,
la voz dorsal donde convergen precipicios;
quiero viajar por los nervios del celaje
y ser el agua que se escurre por tus dedos.

Quiero saltar de gota en gota de una lluvia,
hasta encontrar la que te alivie la pupila;
el cielo negro aun más claro que el silencio,
el vendaval arrastrándote a la vida.

Quiero los días de tormenta que hagan falta
para que el barro te proponga una utopía.
Que la razón sea un instinto y no un proyecto,
y que nunca te convenzan las guaridas.

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