Laleft

"Soy enemigo de mí y soy amigo de lo que he soñado que soy".

domingo, febrero 27, 2005

 
A nadie debiera importarle mucho si llego, si freno o si sigo de largo, si paso o me quedo, si voy caminando, descalzo, contento, dormido o callado. A nadie debiera importarle si en realidad estoy andando.

A nadie debiera importarle mucho si robo poemas, si cambio unos versos por un poco de ron, si escribo cuadernos herido y borracho, si escribo con sangre un asunto menor. A nadie debiera importarle si hablo o si no.

A nadie debiera importarle mucho si digo que nunca seré un buen amigo, ni mejor padre, ni todo un señor; que no pude ser tu marido, que olvidé ser amante, que enfermé de dolor. A nadie debiera importarle si me acuerdo de vos.

A nadie debiera importarle mucho si estoy saturado de tanto trabajo por ser útil en vida, que de muerto seré apología de noches perdidas, tropiezo y caída, de cataclismos sin fe. A nadie debiera importarle si muero por ser.

A nadie debiera, pues, importarle si visto de odio o me desnuda el amor, si quemo oficinas, si ahogo corbatas, si rompo escaleras, si tiro mi cruz.
A nadie debiera importarle un suicida, uno como yo.

jueves, febrero 24, 2005

 
Voy cien por ciento agotado.
Allí, donde debiera haber comillas,
hay una verdad sin sentido.
A veces me duermo sin querer
y sin acusar sueño,
como anhelo, sin obediencia,
las baldosas brillantes de mi infancia.
Me contaron de un motivo
que ha de cerrar venganzas:
el olvido no sangra,
no arde,
ni varía su alimento.
Por eso no salgo de los cuartos
donde adolecen mis dudas;
porque no quiero un derrame amargo
de sabiduría ortopédica.
Quiero figurar en los libros perdidos
donde agonizan los hombres
que rompiendo filas deambulan
obedeciendo a su instinto.

Inspiración Violenta Traspasada

lunes, febrero 21, 2005

 
El tipo se sentó sobre el Marshal de veinte, calzó la acústica en la gamba izquierda y apuró un tango conocido.
Gemidos eran las notas entre los chirridos insufribles que suelta el túnel desde Lacroze hasta Tronador.
Pero el tipo digitaba el mástil con una pasión que se hizo merecedora de los aplausos del público subterraneo.
El espacio tan íntimo que se genera entre estación y estación se contaminó de arte, se salpicó de artista. Y pasó lo que siempre pasa, todos apagamos los diskman, cerramos los diarios y escarbamos bolsillos en busca de monedas.
Porque el artista logra llegar hasta los asientos de cada pasajero, vestirlo de croto, calzarle una viola y dejarlo soñar por unos cuatro minutos.

domingo, febrero 20, 2005

 
Deep down inside I feel to
scream;
this terrible silence stops
me.

 
- ¿Ves la frágil luz que entra por la abertura en la pared?
- Sí.
- Ese rayo es el emisario de nuestros anhelos. Los tuyos y los míos.
- Demasiado poético. Creo que sólo es luz.
- "Creo" es una palabra tan débil.
- Fuertes son tus estúpidos convencimientos. No te dejan ver la realidad.
- Y ¿Cómo estás tan seguro de que ves la realidad? ¿No será ella la que te observa, como este rayo en la hendidura alumbra nuestra espera?
- Yo no estoy esperando nada.
- ¿Nada?
- Sólo la muerte. Mi libertad será no tener ya que volver a respirar, y respirar y respirar cada vez.
- Qué inútil esfuerzo.
- Ya lo creo.
- Me refería a tu obstinado consuelo. Dejá ya de respirar y no me aburras con tus derrotas.
- ...
- Creo que tenés razón, a fin de cuentas estoy alimentando con sueños esta espera, que tiene un final oscuro como el aliento de la Parca.
- Ya tapemos la maldita hendija.

sábado, febrero 19, 2005

 
Tiempo de ser fantasma,
tiempo de maldecir
y no entregar el alma,
para sobrevivir.

Los ángeles de la soledad descollando maliciosas referencias a mi hastío; vuelan en círculo sobre mi literatura rancia, agria como respuestas obsecuentes de una almohada. Son buitres. Humedecen sus labios con mi sangre. Me velan varias veces en la noche, y sólo se van cuando han aprendido un dolor nuevo.
Vienen de a tres. Vienen cuando las diez de la noche está sudando el último minuto, y a veces más temprano en los tiempos de Luna nueva.
Se los ve siempre de buen humor; su felicidad les hace segregar dolores de espinas, que entre lúdicos movimientos dejan caer sobre mi espalda; sobre mis pensamientos.
Los odio. Los quiero ver muertos. (O al menos, dormidos). Quiero arrancarme los oídos para no tener que soportar el sumbido lacio de sus alas, que suena como el preludio de esta sinfonía; cadáveres sonriendo en Mi menor. Cadáveres escupiendo mis sonrisas (en La mayor).
Ahora mismo están aquí. Puedo oir sus risitas repugnantes. Puedo ver cómo confabulan mientras me observan de reojo, y se les nota la tensión en sus panzas. Quieren mi carne. Quieren lacerar mi cuerpo, vaciarlo de vísceras, arrojarle sal y colgarlo. Hasta que tenga sabor a recuerdo. A recuerdo magro y plomizo. Un sabor que se pierda en cualquier boca.

Tiempo de ayer,
tiempo de hoy,
tiempo de ser fantasma.

viernes, febrero 18, 2005

 
Hay un par de ojos detrás de este hilo,
sueltan al abismo el miedo en cristal,
desgarrando penas cautivas del pecho,
borroneando el lienzo a medio pintar.

Hay carbón de sueños,
murmullo de gritos,
un baile de sangres
que empieza a temblar.

Débiles ofrendas,
vueltos de un “te quiero”,
sombras cabizbajas
y este vacuo atril.

Vuelcan al destierro, a una trocha incierta,
un amor sincero que no atinan entender.
Hurgan en suburbios donde los espera
el fin de su cordura: el fin de crecer.

Hay luz en sus ojos,
y que, a voz en cuello,
ruegan “dame aire”,
no quieren seguir

alumbrando calles
-tapiz de adoquines-
donde un nacimiento
empezó a morir.

 
Los granos de arena de aquella playa, desprotegida de las falsas promesas del mar, me sirvieron para enumerar estimativamente la cantidad de besos y caricias que iban impulsados por el silencio oculto en tus palabras. Empezaba el verano y empezaban muchas más estaciones. Había llegado desde lúgubres laberintos hasta aquellos pétalos de sol que llovían sobre nosotros, que calentaban la piel, que la volvían el destino irremisible de la boca, de la lengua y los labios, y los dedos y las manos; convergencia de piel hacia unos genitales vírgenes cómo la primera vez.
Creo que sólo el mar nos vio arrojarle tibios estertores de orgasmo, espuma ardiente para sus olas, febril deleite de cuerpos húmedos para la Luna.
Un suspiro salado del mar se atoró en mi memoria.

Paraíso perdido.

 
Una intrépida pluma, caracol en el aire,
se define en el hueco de la luz de la tarde.
Y se opaca de a poco, como una nube andante,
redonda, sin camino, por un descenso en trance.
Es la pluma que el soplo delibera constante,
la duda de la brisa, asombro del infante.
Nunca mirada alguna la fijó más radiante,
ni más enamorada, ni menos cavilante.
Es la intrépida pluma, la dulcísima amante,
la que no desespera, la que espera oscilante
el pico que la lleve en menos de un instante
de regreso a su nido, como una nube andante
derramada en el hueco, de la luz de la tarde.
Una intrépida pluma.. caracol en el aire.

JL

 

jueves, febrero 17, 2005

 
Aunque era verano, hacía un frío difícil de aguantar con ropa tan ligera. Seco y frío todo alrededor; vía rápida para los perfumes de las plantas, de los lagos y también del humo revoltoso de algunos colectivos. Pero más perfume que todos los perfumes, el de tu boca. El aroma complejo y suave de la piel de tus labios, de tu aliento dulce, de tus frías manos.
Tibio, en cambio, era el amor por aquellos tiempos. De arroyo resucitado, de penas ingrávidas, perpetuas pero lejanas, como la espuma del mar, como la añeja brisa salada, de salto en salto eran los momentos.
Desde la montaña o delineando el lago, por la ruta muda o por el bosque eterno, la parte más atenta del amor era el sentido más sensato del existir del mundo.

Paraíso perdido.

 
Decía Borges que los únicos paraísos no vedados al hombre son los paraísos perdidos. Este tal vez sea un paseo inconsciente por algunos de aquellos; espejismos en la memoria. Paraísos que nunca más voy a encontrar.

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