Laleft

"Soy enemigo de mí y soy amigo de lo que he soñado que soy".

miércoles, marzo 30, 2005

 
Estos días anduve medio entreverado con el tiempo. Pienso que no soy nada original si pienso que algunas veces creo que me cuestiono para qué lado va el tiempo. Entreverado todo el tiempo. Por pura practicidad debe ser más fácil pensar que el tiempo va de atrás para adelante. Porque al menos se tiene la esperanza de poder modificar los futuros presentes. Pero puede que el tiempo venga de adelante para atrás; si algo ya pasó estuvo primero, adelante. O puede que el tiempo sea del mismo tamaño para los costados. Quién sabe. Por pura practicidad más vale que el tiempo vaya de atrás para adelante.
Y esto de buscar a Marión pareciera una expedición hacia el pasado. Entonces no sé si es que voy a encontrarla en el futuro o voy a encontrarla en el pasado.
Hace unos cuantos años un profesor de música me enseñó una cosa: la dirección de una vía es siempre la misma. Es el sentido lo que cambia. Por eso pienso que no importa tanto la dirección que tome, que va al futuro y va al pasado; lo que realmente vale es que tenga algún sentido.

miércoles, marzo 23, 2005

 

Temblor en los pies al final del día.
Terror a las diez, cuando arrasa la melancolía

Marión me enseñó a convertir la ciudad en un crucigrama. Las cuatro cuadras entre El Salvador y Gorriti fueron la palabra más fácil de descubrir.
En una cuadra nos embarramos con amistad. En otra juramos, sin palabras, recordarnos hasta la muerte. En la siguiente nos transformamos en otros. Y en la última, llena de lluvia, encontramos nuestro refugio.
Hoy recorrí las cuatro cuadras solo. Desde aquella última vez.
La primera me dejó pegada en un zapato su amargura. La otra era tan profunda y fría como el mar. En la tercer cuadra, una tira de escaparates espejados reflejaban odios. La última cuadra, llena de luz, era un desván con recuerdos.

martes, marzo 22, 2005

 
A Marión le gustan las locuras, pero no le gusta hablar de la locura, lo que dificulta la comprensión. Ella solía comentar con cierto aire de complicidad las locuras de los otros; que no eran más –pienso yo- que la exageración de alguna cosa. En definitiva, creo que la locura es cualquier forma exagerada de hacer algo. Ella celebraba tales acontecimientos, pero sin demasiada algarabía. Era un festejo íntimo entre su espíritu y su conciencia. Pero bastaba con nombrar la locura para que la fiesta caducara y el lienzo superlativo donde revoloteaban los colores se transformara en un pintoresco pasacalle.
Sigo sin saber cómo Marión siente la locura, qué colores le refleja, a qué arco iris responde. De lo que sí estoy seguro es que, mal que le pese, yo siempre fui su cristal.

domingo, marzo 20, 2005

 
“Ella me quiso tanto que aun sigo enamorado”. Hoy encontré una agenda vieja, de 1996. Nunca usé realmente una agenda. Por eso es curioso ver las anotaciones que tiene, pocas, espaciadas. Por ejemplo, del 22 de marzo, “Resultados-Marión”. Estábamos esperando los resultados de un análisis de VIH al que se había sometido Marión. Ella pensaba que su pareja anterior podría haber tenido el virus. Recuerdo que, como adolescente que éramos, ella arrastraba la idea de estar infectada y todos sus planes estaban medidos con esa regla de tener los días contados; y yo repetía cada vez más obstinado que jamás la dejaría sola, aunque aquello fuera lo que me pedía. Finalmente el resultado dio negativo. Nos besamos mucho, pero sin euforia.
Esa agenda de 1996 es la evidente constancia que siempre tuve en intentar organizarme. Que nunca logré. Sospecho que lo hacía a propósito. Hacía anotaciones sobre ciertos acontecimientos que tenían algo que ver con mi madurez, tales como ir a la universidad a conocer las carreras, pero jamás volvía a ver aquella nota sino hasta dos o tres días después de la fecha establecida.
Un apunte del 4 de junio dice “Ir a Plaza Francia-colgante corazón”. Es un colgante tallado en hueso con forma de corazón que le regalé a Marión, no recuerdo bien por qué motivo. Supongo que porque lo vi y me gustó. Para su cumpleaños faltaba mucho. Yo tenía -y sigo teniendo- la costumbre de hacer regalos en cualquier momento y sin motivo alguno. Y aunque aquello debería ser una fuerte razón para guarecerlos en la memoria, a veces pienso que las personas tienen que asociar los obsequios con algún día especial para recordarlos especialmente. Me pasa que me preocupo por los regalos que hice, porque fueron muy sentidos, y quisiera que vuelvan a mí antes que terminen huérfanos en alguna mudanza.
En la página del 28 de agosto hay escrito el principio de un cuento. Las agendas me sirvieron más para escribir poemas y narraciones que para recordarme nada. El párrafo dice, con letra apurada:

El hombre calló. No pudo mirarla y calló. Y cayó. Y calló. Cayó en la tumba de los que esperan la resurrección, el perdón. Desde la fosa salían plegarias y la gente las oía con aire de enfado [aquí estaba tachada la palabra “desilusión”]. El hombre leía las paredes de la tumba, que estaban escritas con lágrimas, y hablaban de que los cambios son los disfraces para engañar a la muerte. Pero cayó en la tumba y después de rogar, calló, esperando que ella le

Y ahí termina, irónicamente, sin final. Todo hace pensar que había discutido con Marión.
16 de noviembre, “Te amo”, la última anotación de aquella obsoleta agenda.

sábado, marzo 19, 2005

 
Estuve en un bar céntrico, tomando una cerveza... dos cervezas. Frente a mí había una mesa vacía. Me puse a jugar a que en la mesa estaba Marión. La imaginé esperando que yo vuelva del baño. La imaginé cómo nunca pude verla. ¿Qué haría en mi ausencia? ¿Prendería el pucho de la espera? ¿Revisaría las mesas enderredor? ¿Soñaría con las promesas que nos teníamos prohibidas? Los besos despreocupados, la noche de sexo sobre la arena, los planos de la huída, el conjuro de excesos que nos vuelva adolescentes.

jueves, marzo 17, 2005

 
Era el punto número tres de la lista, pero como era el más fácil, cuando salí del trabajo me fui para allá. Una manera de empezar a encontrarla era volver a dónde había empezado todo, como en los policiales. Así que hoy estuve caminando por el barrio donde Marión pasó su adolescencia y donde nos dimos el primer beso.
La verdad es que poco cambió el lugar desde aquellos años. No hubo sorpresas. Pero sí hubo reencuentros. Volví a sentir el alboroto de aromas verdes que merodean aquellas calles angostas, y las luces amarillas que cuelgan sobre las bocacalles, y el métrico cantar de los grillos, y los abundantes detalles que celebran el recuerdo de tiempos menos previsibles que los actuales.
Llegué hasta la que era su casa. Que hoy habita una familia demasiado conforme a la realidad. Me causó una sensación extraña ver la casa hecha una casa; simplemente una casa de familia, sin ningún misterio adentro. Por eso, con un movimiento espasmódico que casi me descoloca las vértebras, me escapé hasta la plaza que está a dos cuadras; a tironear de la memoria para reconstruir algún beso… aunque sea imaginario.
Qué olor a vos tiene ese lugar. Qué lindo fue encontrarte aunque no estés. Pensé.
Al rato me lamenté no haber golpeado la puerta de la casa y preguntar si ellos tenían forma de ubicarte. En una de esas aun llegaban correspondencia o llamados, y los derivaban a tu nuevo domicilio. Pero no, no sabían nada. Entonces, sí, me fui por donde había llegado; demasiado impregnado estaba ya de aquel lugar.
No quería confundirme y pensar que si insistía golpeando en algún momento ibas a aparecer por esa puerta.

miércoles, marzo 16, 2005

 
Hoy, por diez minutos de retraso, tuve la desgracia de entrar en la vorágine de la hora pico. Perdido por perdido, ya llegaba tarde, así que esperé hasta el tercer colectivo para conseguir viajar sentado. No obstante, la saturación humana en el vehículo era suficiente como para que me quedara únicamente el segundo asiento de la hilera simple, a metro y algo del conductor. De no ser porque amanecí más enclenque que de costumbre hubiese viajado parado. Porque es molesto estar doblemente atento al ingreso de las viejas y las embarazadas. Caballero soy, pero quería dormir un rato.
Lo bueno es que pude descubrir una potencial virtud de los colectiveros: la de memorizar rostros y gestos, rasgos y configuraciones de persona. Enseguida recordé que con hipnosis se puede extraer todo lo que está en el subconsciente, que almacena cada impulso nervioso… dicen. Y me trajo una idea. Bastaría con conseguir un chofer de cada línea de colectivo para sondear los últimos movimientos de Marión. Someterlos a hipnosis y explorar en los profundos estratos de sus mentes.
Al rato me pareció que la idea era demasiado descabellada. Hay como cuatrocientas líneas de colectivos en Buenos Aires y costaría demasiado conseguir un chofer dispuesto a solidarizarse con mi causa. (Además, nada me aseguraba que ella siguiera usando colectivos).
Sin embargo me quedé pensando en aquello, en la vida laboral de un colectivero. Ahora pienso que estos personajes, entre detestables y graciosos, quizás tengan mucho más para decir que “¿Cuánto?”, con esa cara de desearte la muerte que ponen. Y pensé que tal vez son conscientes de que están llevando más que un cúmulo de personas. Que tienen a sus espaldas un montón de vidas cargadas de historias. Que además de trasladar osamentas, desperdigan por toda la ciudad a padres de familia, a vecinos molestos, a delincuentes, a señoras con complejos, a adolescentes con tendencia suicida, a gente que les habla a las plantas, a conformistas, a vendedores, a poetas y capaz que hasta a un asesino serial. Y por ahí ellos lo saben, o se dan cuenta. Quizás los numerosos espejos que ornamentan la cenefa sobre el parabrisas sirvan para capturar los mejores perfiles de la gente. Quizás la dinastía de colectiveros domine la técnica para comprender el mundo.
Al final hoy me distraje mucho. Mañana tengo que empezar a pensar en serio cómo encontrar a Marión.

martes, marzo 15, 2005

 
Esta mañana, de camino al trabajo, en el colectivo me puse a hacer anotaciones sobre los pasos a seguir para encontrar a Marión. Que yo recuerde era la primera vez que me proponía algo tan seriamente; tanto como para listar en orden de probabilidad los lugares dónde podría empezar a buscarla. Aunque no estoy seguro de mi competencia como detective, ya que usé muchos más renglones de los que en verdad hubieran sido esperanzadores. Y no cuento los que terminaron sepultados en un hiperquinética avalancha de tinta, ni sería elegante detallar los garabatos geométricos que ornamentan los márgenes del cuaderno.
Al llegar a Santa Fe y Scalabrini Ortiz se me subió a la cabeza una imagen de Palermo, un banco de hormigón a la ribera de Libertador, un mediodía nublado, con gente que si llevaba prisa no se le notaba. Era el punto número seis de la lista. Sin embargo, no supe bien por qué aquel podría ser un lugar donde encontrarla. Quizás porque yo hubiera ido a esperarla allí si ella me estuviese buscando; cosa mucho menos probable que en el museo de Bellas Artes. No tenía caso perder tiempo en tratar de ubicar aquel rincón tan repetido en los vastos bosques de Palermo; así que taché con línea temblorosa su renglón correspondiente, pero con la certeza de que aun podría leer cada palabra hendida por la pluma, y dibujé un asterisco a la izquierda, para ir de todos modos algún día.
Llegué a Diagonal Norte y Suipacha y tuve que poner la mente en el trabajo. Hasta ahora, que es de noche, no dejé de imaginar -de a ratos- la mejor combinación de visitas a aquellos lugares para alcanzar su hallazgo; el encuentro con Marión.

domingo, marzo 13, 2005

 
No me di cuenta. Pensé que ya la había olvidado. Creí que la recordaría sólo en los momentos alegres, pero hoy tuve un día horrible, agotador, fastidioso. En la vidriera de una tienda encontré un rastro de ella. Al ver esa camisa celeste sentí dolor en las venas y hubiese querido llorar por la punta de los dedos. Quedé frío, quedé seco. Entré en la tienda y compré aquel recuerdo que pendía de una percha. Ahora está flotando en mi pecho.
Y ahora la estoy buscando. Estoy buscando a Marión.

lunes, marzo 07, 2005

 
Capítulo I

Me dejó un poco más allá de donde suele dejar la soledad. Me dejó solo y ciego. Era apenas una asincronía planetaria en su sistema personal. Apenas un marco de hielo para éste, su retrato de bolsa de besos agujereada. Me dejó con los pinceles en la mano. Me dejó fundando un palco desde donde aplaudir su vida. Me dejó triste y solo. Solo y ciego.

Capítulo II

Las cosas debían cambiar. Sobrevenía el momento de destituir la torpe vida de trompo para planificar una nueva; comprender que hacer a destiempo es referenciar un pedazo de memoria muerta. Y así lo hice. Cambié censuras por excesos, perfección por progreso, ofrendas por requisitos. Así dejé los zapatos, atrás, en el camino; dejé las llaves y los relojes. Me guardé una ración de culpa para los días de frío, y me arrojé al laberinto de lo fortuito, a blasfemar su vida, a escupir mis viciados empeños.

Capitulo III

Desde que mi edad tuvo dos dígitos la vida me fue trabajosa. Más que nunca deseaba volver a la infancia, a los veranos eternos, donde la aventura era más importante que la comida. Supuse que esa libertad en retrospectiva era sólo el desconsuelo de los años por venir. Concluí que recordar delicias remotas era una pérdida de tiempo. Aprendí que, de una u otra forma, el futuro -que es incierto- se las arreglará para coincidir con mis desgracias. Porque son las que estoy esperando. La buena suerte será por error, y el infortunio será tal y como era de esperarse. Y me ví otra vez vencido. Con todo y mis días a cuestas, con regularidad nueva, con sinsabores dosificados, me entreveré en el destino instanstáneo, construido en el acto. Me llené de Yo sabía y Es así. Pero esta vez no me acompañó nadie. Nadie. Yo mismo llegué hasta un poco más allá de donde suele dejar la soledad, y ahí me quedé. Triste y solo. Solo y ciego.

sábado, marzo 05, 2005

 
No, no la escribí yo. Bue, ojalá la hubiese escrito yo, soy un poco pretencioso. Y, no sé... tiene esas generalidades que le abren puertas al día.
No la escribí yo, pero me describe bastante bien.

Tengo una canción, una habitación, tengo una muñeca que regala besos.
Nada en especial, un emotival, no sé cuántos huesos
y una foto de papá y mamá...
¡qué jóvenes están!
Tengo que aprender, uno y uno: tres,
ya sé que la vida es una herida absurda.
Ganas de matar, dos copas de más,
una risa curda, un libro viejo de Robert Arlt
que no me deja en paz.
Tengo una cruz de estrellas en el sur.
Y, además, hoy por hoy, ¿dónde voy?
loco, mareado por los focos de azúcar y de sal,
de miedo y vanidad,
del siglo que cumplí, del pibe que no fui,
de todo lo que deja cicatriz.
Y no hay manera de evitar
el salto mortal de vivir.
Miércoles... jugo de ceniza,
lunes... pétalos de tiza en el cristal.
Y... en fin,
tengo todo lo que perdí,
fumo Parisiennes, toco con Chopin,
cultivo mi jardín,
me pone triste el mar,
y, cuando tardas en venir, mi cama es una cama de hospital.
Y, además, tengo una muñeca que regala besos.

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