Laleft

"Soy enemigo de mí y soy amigo de lo que he soñado que soy".

sábado, abril 28, 2018

 

El genio y yo.

Ante mi se presentó un genio, y me concedió un deseo. Producir el azar, le pedí.
El genio perplejo, respondió: -Si eres capaz de producir el azar, eres capaz de producir tus deseos.
Le respondí: si tuviera un deseo, te lo pediría. Lo que ocurre, en cambio, es que soy muy cobarde para elegir.

domingo, noviembre 05, 2017

 
Hoy me acordé de vos. Estaba muerto en la cocina. Los peritos no habían llegado todavía. Me acordé porque ya en el suelo, vi sobre la alacena una botella vacía de Bacardí. Parecía una baliza apagada.

Mientras los policías hacían ronda a mi alrededor y murmuraban -por pudor supongo- vi bajo sus botas una vereda de baldosas ásperas. Ellos parecían no vernos. Pero ahí estábamos, sentados en la sombra diagonal de una esquina. Como un mantra peleando contra el amor.

Llegaron los peritos y empezaron a hacer sus tareas. Tomaron muestras y apuntaron detalles de la escena. Todo eso quedará en el expediente. La escena era otra. Yo quería hablarles, pero ya estaba muerto. Pero está bien. Quería estar tibio. No es tan malo después de todo. Así me sentía siempre -casi sabiendo- que despertaba al lado tuyo.

lunes, febrero 06, 2006

 
Siempre fui a buscarte. Adónde sea que hayas ido. Ahí estaba, esperando que salieras para llevarte a tu casa. Es que jamás quise a nadie de esa forma. Después de vos también amé, pero con albedrío y con razón.
Hay una gruesa bolsa blanca donde yo juntaba los papeles, como un terciado bíblico narrativo de las horas que estuvimos separados. Cuando te necesitaba y me lloraste de urgencia. Están en esa bolsa las palabras más sinceras, que son las más torpes y cansinas.
Entre los versos del amor a quemarropa, se guardan los deseos inmortales de ir a buscarte, como cada vez, en la escalera de la facultad, con nuestro hijo en mis brazos.

lunes, enero 30, 2006

 
Si supieras lo que sentí cuando reconocí tu perfil en la ventana de un bar del centro de Buenos Aires. Me tembló hasta la conciencia. Porque pensé que sería ésta la última oportunidad decirte lo que malogré escribiendo a quien no correspondía. Pero es que estabas tan contenta conversando con el espejo oblícuo de mis ganas: un tipo con cara de lo que me diera ganas de decir. Y no me animé a frenar, porque entre la dignidad, Marión, también está el amor. Y no quiero tu sonrisa piadosa, ni hablar del trabajo, de política, y otros temas meteorológicos.

La encontré, sí, pero era algo que debía haber limitado a la literatura.

lunes, septiembre 05, 2005

 
Lo que supuse: Marión se entremezcló demasiado en la ciudad. Buenos Aires tiembla mucho: trenes, subtes, colectivos; trastornan los recuerdos de tal modo que apenas si queda suficiente melancolía para reconocerla cada vez que la recuerdo.
Marión se fue, y yo tengo muchos asuntos que empezar. Pero me quedo tranquilo: anoche, en un sueño, se iba caminando por ahí sin decir una palabra.
Volverá. Peregrina en mi memoria.

***

miércoles, julio 06, 2005

 
Lo que me jode de Marión no es que sea imposible, sino que sea improbable.

viernes, julio 01, 2005

 
A veces me planteo si Marión no terminará siendo un recuerdo sensorial. Lo sentí al abrir el envase de estragón. Por un instante estuve en nuestra cocina a los besos y pollo a la sal. Pasé por allí como debe pasar un fantasma. Adopté la impresión de tener historia encerrada en frascos rotulados.
Pasado mucho tiempo, cuando me cueste recordarla, ¿Marión se resumirá en un color, un sabor, un aroma y un sonido?
Porque el tacto es -al final me pareció- el único capaz de reunirlos.

lunes, junio 20, 2005

 
Yo no quería la historia de Buenos Aires. Antes de 1995, cuando el mundo era mucho más pequeño y la globalización era apenas nacional, yo veía a Buenos Aires tan ajeno y tan ficticio como las pocas series y noticias que pasaban en la tele. Buenos Aires era una fantasía, como ahora lo es París, Barcelona o Bagdad.
Las primeras baldosas porteñas que pisé tenían el temperamento de la gran ciudad: su destartalada variedad de relieves y colores, su semblante de medio siglo. Como una vejez moderna. Sus pozos, sus grietas, sus parches, filtrando papeles y puteadas húmedas.
Por aquellos años me declaré opositor radical de la ciudad. No quería Buenos Aires. No quería ruido y sirenas las veinticuatro horas, ni el olor a grasa quemada de los subtes, ni los puentes de hierro que suturan Almagro, y bajo los cuales pasan trenes y vive gente; algo que, por entonces, me parecía fantástico.
Y Buenos Aires era todo así: nuevo y gigante y asombroso, y yo me sentía dentro de las series y las noticias de la tele, y era una sensación extraña. Pero quería pasar por la ciudad, maravillarme e irme para dejar todo como estaba, en ella y en mí. Razón por la que me expresé en contra del motor porteño: la máquina que no descansa, porque no hay cómo arrullar a tantos millones de personas.
Esperaba irme pronto. Descontaba los días que iban pasando para llegar al tiempo de volver, de retomar mi historia y ponerme al día con mis amigos, mi familia y mis objetos.
Pero Buenos Aires es un remanso, y si se entra en su lenta y fuerte corriente circular, que atrae y retiene todo, es muy difícil salirse. Yo podía ver el remanso desde afuera, admirarlo y repudiarlo, y hasta tomar un puñado de su esencia para volver a casa y guardarlo en la caja de madera, junto con los otros recuerdos. Y no faltaba poco para que eso suceda. Ya estaba casi listo. Hasta que sucedió Marión.
Ella era el centro del remanso, su brazo más fuerte. Ella era Buenos Aires todo. Era el interior de los edificios, el recorrido de los colectivos, los domicilios de las bibliotecas, los recitales en un Palermo que no conocía nocturna, los barrios perimetrales, las habitaciones con paredes escritas y ropa de los setenta. Marión era todo el Buenos Aires que me faltaba conocer. El que me atrapó. Y el que hace años me descubre buscándola.

viernes, junio 17, 2005

 
Lo encontré en una servilleta de papel.
En un extremo, la huella circular de su ron con coca. En el otro:

Si parece que todos
encontraran motivos
para ser otro de ellos
en los otros oídos,
y salirse a pasear
por fuera de los caminos.
Por las manos unidos,
por amor, por amar.

Ninguno apaga la lluvia,
ninguno sufre el calor;
hablan de huir del cemento,
para alumbrar con el sol.
Pares trenzados de sueños
robados de una canción.
Dobles intentos de amor,
por vivir, por curar.

Y a mí el silencio me aprieta,
me quiere callar,
valuando mis ojos
con costes de sal.
Si parece que aun falta que cese el amor,
que la mano se afloje, que desista de vos.


lunes, junio 13, 2005

 
La persona está parada frente a la mesa renga y tiene en su mano un martillo. La mesa sostiene una guitarra, un vaso donde dos hielos licuan el corolario, un lápiz, una birome, dos ceniceros ocupados, un sobre lleno de fotos, un tupido llavero con algunas llaves que no abren ninguna puerta, un florero vacío, tres camisas con perfume y olor a tabaco, un cuaderno de partituras más escrito en las últimas hojas, unos lentes sin uso, varios auriculares rotos, dos púas Fender –medium y heavy-, seis pares de palos para batería, un manual de electrónica, un telescopio oxidado, más de diez libros sin terminar, una agenda telefónica en desuso, varios regalos que está por hacer, un chicote de pesca mal armado, cuatro cassettes de noventa minutos sin rotular, una bufanda que antes era azul y ahora gris, un caracol, muchas hojas escritas, ocho tarjetas de felicitaciones, dos guantes de cuero quemados con cigarrillo, una campera militar, tres portarretratos vacíos, dos con foto, un poco de tierra y un reloj bastante ruidoso.
Una pata de la mesa está torcida, todo se inclina hacia su lado. La persona endereza la pata y ubica un clavo sobre la tabla. Alza el martillo y practica un golpe. Practica otro y después otro, y otro más. No falla el martillo, ni el clavo es muy débil, pero todo en la mesa se sacude y desordena de otras formas, y algunas cosas se desploman y otras se vuelcan y otras se rompen, y las menos afortunadas caen al piso. En unos instantes posiblemente la mesa quede derribada. No es culpa del clavo, tampoco el martillo. Quizá el desacierto o la inexperiencia.

miércoles, junio 08, 2005

 
No puedo encontrarla. Y tengo miedo. No quiero que Marión se vuelva una cronista de mis días. Me asusta pensar que todas mis certezas tengan su estatura.

Porque quiero ser el que instale la red en el fondo del abismo, el que convierta soledades en furiosas acuarelas. Quien le ayude a construir ladrillos. El que anote sus sueños en la madrugada.

Darle impulso, que se eleve, que se aleje y que ya no pueda alcanzarla ni con la vista, ni con las ganas.
Quiero encontrar el vértice del cielo,
la voz dorsal donde convergen precipicios;
quiero viajar por los nervios del celaje
y ser el agua que se escurre por tus dedos.

Quiero saltar de gota en gota de una lluvia,
hasta encontrar la que te alivie la pupila;
el cielo negro aun más claro que el silencio,
el vendaval arrastrándote a la vida.

Quiero los días de tormenta que hagan falta
para que el barro te proponga una utopía.
Que la razón sea un instinto y no un proyecto,
y que nunca te convenzan las guaridas.

sábado, mayo 28, 2005

 
¿Cuáles manos calentarán tu piel? ¿Cuáles ojos dolerán en el cuarto sin luz? ¿Cuáles piernas notarán tu ausencia? ¿Qué pecho respirará con vos?
En la balanza de motivos cae un más por cada cuatro no. (Sin embargo, la balanza no pesa dos veces de la misma forma).

lunes, mayo 23, 2005

 
Una tarde de hace unos años, no muchos, me sentía más que mal. Como engripado, pero de melancolía, o nostalgia, no sé, y con un avezado sentido de la soledad.
Marión se paraba en mitad de mis sueños. Yo iba caminando hacia ella, y cuando ya casi la alcanzaba, Marión tomaba cualquier dirección, siempre delante de mí, y yo la seguía. El sueño se metía dentro de ella.

Por aquellos días, pues, le pedí a Silvio que me hiciera una canción. Una que rompiera el sorteligio. Y esta canción hizo:

Todos los días se pinta de blanco,
sale a la calle llena de colores
y a cada minuto recibe un brochazo
en la piel.

Su espalda, sus manos, su rostro,
van siendo invadidos por luces y sombras,
se le van encendiendo de fiebre y de frío
de forma que cuando regresa y se mira
no está.

Malvive bajo su avalancha.

Ahora está sin salir,
casi nadie merece su amor
pero saldrá cuando vayas
por él.

Ahora te espera en su tumba
ambulante, llena de color,
hasta que tú la deshagas
de amor.

Ahora te espera de noche en su cuarto
hasta que quieras entrar y salvarlo
de lo que nunca ha elegido
y arrastra con él.

Tú, que de un beso lo configuraste,
tú, que le echaste más blanco y lloraste,
eres la vieja navaja que espera
su piel.

Quiere blasfemar contigo de Dios,
de los hombres y de él.
Quiere llegar más allá
de la luz.

Quiere destruir las flores
con que se engañaron los dos.
Quiere arrancar de su tierra
una cruz.

Quiere olvidar que ha crecido educado,
quiere a tu hijo para empinarlo,
como un papalote invencible
vencedor del sueño.

Quiere decirle a cada vecino
que salga de sus miserables paredes,
que tome la vida de ustedes,
que no hay escondrijos.

Y espera que vayas por él.

Que no te espera mujer
a que vayas a hacer el amor,
mas bien, la guerra es lo que quiere
hacer.

Con veintipico de fechas
respalda su sana elección.
Con veintipico de muertes,
su amor.
Gracias.

sábado, mayo 21, 2005

 
Anteayer, mientras iba completando el recorrido del subte D, desde Congreso a Catedral, leía la página setenta y seis de mi edición de “El mundo sumergido”, de J. G. Ballard.
Sentado en el longilíneo asiento lateral del anteúltimo vagón, masticaba las hileras de texto encerradas dentro de las deterioradas y amarillentas hojas de un libro más viejo que yo. Una edición de treinta y cuatro años.
Aunque estaba sumido en la lectura, revisaba -con ráfagas de vista- el reflujo de gente que se desataba en cada estación.

Dificultosa tarea la de liberar palabras a tan tempranas horas del día. Pero así y todo, los espesos párrafos de la novela se prendían al consciente con suavidad y raramente originaban esa sensación de haber perdido el control de la lectura.
Uno de los pasajes del libro se presentó con luminiscencia propia. Como si fuese la lumbre al servicio de la compresión.

Recordó a las iguanas que habían gritado y embestido en la escalinata del museo. Así como ya no era válida la distinción entre contenidos latentes y manifiestos del sueño, del mismo modo nada dividía ahora lo real de lo sobrerreal en el mundo exterior. Los fantasmas se deslizaban imperceptiblemente de la pesadilla a la realidad y otra vez a la pesadilla, y los paisajes terrestres y psíquicos eran indistintos, como lo habían sido en Hiroshima y en Auschwitz, en el Gólgota y en Gomorra.
[…]
-Es raro, pero mientras miraba esa cúpula me pareció volver a la infancia. Para decir la verdad, la había olvidado bastante. A mis años no hay más que recuerdos de recuerdos.

Quién sabe, pues, qué fantasmas se nos escapan o se escurren en los sueños. Qué recuerdos no son sólo recuerdos de recuerdos de recuerdos.
Llegado el caso, Marión es mi recuerdo de Marión.

viernes, mayo 13, 2005

 
Ciertamente, si tuviera que pensar hoy de qué forma puedo encontrar a Marión, terminaría condenado.
Y que no se crea que el día y su número tienen alguna cosa que ver. Todo lo contrario.

Sin embargo, en estas esporádicas renuncias es cuando, incomprensiblemente, juego todas mis fichas al azar.

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